lunes, 9 de abril de 2018

El arte del asesinato político ¿Quién mató al obispo?


El Obispo, luego de la presentación del informe de Recuperación de la Memoria Histórica, Guatemala Nunca Más -REMHI- y enunciar que ya se tenía el inventario de la barbarie contra la sociedad guatemalteca, expresó: <<Creo que necesitamos empezar a trabajar otro pequeño proyecto>>, un nuevo informe sobre los <<autores intelectuales>> de las atrocidades cometidas durante la guerra. Sin saberlo estaba profiriendo su propia sentencia de muerte.

Sólo transcurrieron 48 horas para que las “fuerzas oscuras” ejecutaran la acción y le asestaran el golpe mortal a monseñor Juan José Gerardi Conedera, en la iglesia de San Sebastián, en pleno centro de Guatemala, a tan sólo dos cuadras del lugar donde operaba el EMP (Estado Mayor Presidencial), encargado de custodiar la seguridad del Presidente -para ese entonces, 26 de abril de 1998, Álvaro Arzú Irigoyen-, una de las instituciones con más denuncias por violación de los DDHH en el marco del conflicto armado interno.

El libro que lleva el título de este artículo, escrito por Francisco Goldmand, es un texto de investigación para esclarecer los motivos y perpetradores de tan horrendo crimen que conmovió a la sociedad guatemalteca y a la de muchas partes del mundo, hace justo dos décadas. Asimismo conllevó a conocer mejor lo que había sucedido en Guatemala en tiempos de la guerra.

De la orgía de sangre que bañó a Guatemala –especialmente muertes- durante la guerra que duró 36 años, se estima según la Comisión de Esclarecimiento Histórico que el 93% fueron realizadas por las fuerzas armadas y  el 7% por la guerrilla, razón de sobra para que las miradas por el asesinato de monseñor se dirigieran a las elites de ese cuerpo policial. Pero el brazo ejecutor no es el único culpable: el mapa del genocidio coincide, con la ubicación actual de buena parte de las empresas multinacionales que explotan minerales en ese país.

Pasada toda esa tragedia en esa nación centroamericana, la institucionalidad pactó luego de los Acuerdos de Paz firmados en 1996, un silencio de 50 años para poder desclasificar información sensible a sus intereses, argumentando que la sociedad guatemalteca no estaba preparada para conocer todo lo que pasó en el conflicto. De esa forma el silencio garantizaba la impunidad y el olvido. Monseñor se quería adelantar y los responsables de los crímenes garantizaron que el silencio siguiera.

En realidad, quienes estuvieron involucrados por fuera de la legalidad desde las instituciones estatales, no querían que se conociera la verdad, porque verían seriamente afectados sus intereses económicos y políticos. Afortunadamente, las víctimas sobrevivientes a partir de procesos judiciales, han logrado desclasificar documentos y planes militares que han permitido conocer la política contrainsurgente y de genocidio que se implementó durante la guerra.

Sin embargo, la falta de voluntad política del Estado para la búsqueda de la verdad, la justicia y la recuperación de la memoria, contribuyó a abrir un nuevo estadio de violencia en ese país centroamericano, afectando nuevamente a la sociedad. Hoy Guatemala cabalga hacia el abismo institucional, está al borde de colapsar, encontrándose que la guerra no era el principal problema del país, sino los problemas estructurales, el racismo, la impunidad y la corrupción.

Ese capítulo de la historia de Guatemala parece estar reeditándose en Colombia. Todos los esfuerzos de los responsables de la tragedia colombiana parecen estar dirigidos a que haya un solo culpable que se eche a cuestas todo lo malo que ocurrió durante la violencia: ese actor social es la guerrilla.  Los principales responsables de la tragedia colombiana se han victimizado y con ello están borrando su participación y sus culpas. La jugada maestra es doble: se exoneran de culpa y señalan al nuevo culpable de todo. Total, quedan limpios y, además, hacen de jueces implacables que juegan el papel de redentores, con los dividendos políticos que se derivan de poder otorgar la salvación.

Ahora solo queda el paso siguiente, que puede ser similar al que se dio en Guatemala: borrar de la faz de la tierra a cualquiera que pueda poner en duda la verdad construida desde los arcontes del poder que dicen cual es la memoria y verdad, como almacenarlas e interpretarla, para luego ponerla a circular. Total el campo está abonado hay unos malos que deben ser castigados y de paso habrá una sola verdad: la verdad como hija legítima del poder.

El arte del asesinato político, guardada las proporciones, podría ser el equivalente del texto de Gabo: Crónica de una muerte anunciada. El pueblo sabía lo que iban a hacer los hermanos Vicario y no reaccionó. Es así como los principales responsables de la violencia en Colombia se frotan las manos, al ver que como van las cosas, hay una candidez inusitada por parte de la población y no se hará justicia por sus actuaciones, de tal manera que se preparan para otros 200 años más de corrupción.

A 70 años del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, 9 de abril de 1948:

¿Quién mató al negro Gaitán? 

El arte del asesinato político en Colombia.