miércoles, 28 de febrero de 2018

Unidad para el cambio o no hay cambio


Marcha Carnaval. Ibagué, junio 2017

Sí buscas resultados distintos,
no hagas siempre lo mismo
Albert Einstein

Colombia está cambiando. En todos los rincones del país se respira un aire renovador que pese a que las angustias económicas de las familias se incrementan, se guarda la esperanza que genera esa nueva oportunidad de cambio por los senderos de la democracia y la paz.

Más claro el agua sobre lo que ha pasado y pasa en Colombia: la clase dirigente más rancia y corrupta de Latinoamérica, se ha anquilosado en toda la estructura estatal, de tal manera que es casi imposible cambiarles. Hay quienes quieren desviar la atención al señalar, por ejemplo, que los problemas vienen de sectores que no ceden sus tierras a proyectos mineros o de aquellos que se alzaron en armas para reclamar derechos. En realidad ya se sabe que los principales males endémicos del país están en la corrupción, siendo la causa de que crezcan los cinturones de miseria. 

Muchas personas que lideran partidos y movimientos alternativos, progresistas, de izquierda, en sus discursos plantean la necesidad de cambio, sin embargo en la práctica continúan haciendo lo mismo. A veces pareciera que están al servicio de la clase dominante del país, al obstaculizar la llegada de otras personas a esos espacios de poder y decisión para que se transforme y florezca la nación.

Es así como las prácticas históricas de los partidos y movimientos políticos -de la procedencia que sea- no cambian y elección tras elección, todo sigue igual.

Los de centro hasta la esquina más de derecha, mantienen sus discursos y prácticas de campaña como la llamada TLC (Tamal, Licor y Cemento), un hábito que les lleva a perpetuarse en el manejo de los recursos públicos a su antojo.

Y los de centro hasta la esquina más de izquierda, no tienen la capacidad de motivar y aglutinar el descontento de gentes de todos los estratos y rincones de Colombia. Por ejemplo, contarles a la gente de a pie que un-a congresista gana 1 millón de pesos diarios, cuando el salario mínimo mensual es de 781.242 pesos

Señores y señoras del arco Centro-Izquierda, hay que pasar de posiciones políticas egoístas y mezquinas, a ver las necesidades e intereses de las grandes mayorías de Colombia, para emprender ahora el cambio democrático y pacífico, sino también serán responsables de la tragedia humana que crece en el país con la inequidad y la marginalidad.

Colombia tiene hoy una gran oportunidad de cambio, así que hay que unir fuerzas para que el parlamento tenga una real renovación y luego ir por las presidenciales. En ese escenario, la política regional será la encargada de hacer la renovación, porque los centros del país no tienen ningún interés, están cómodos en los escritorios capitalinos que les eternizan gracias a su estrategia de discursos y prácticas demagógicas.

No queda otro camino y, es dar la oportunidad a quienes apelan a un discurso de esperanza, que sus hojas de vida no tienen tacha pública, que no tienen “rabo de paja”, en definitiva que no han tenido la oportunidad de llegar a los espacios de responsabilidad y decisión.

Esos rincones de Colombia, que están en la Orinoquia, los Andes, el Caribe, el Pacífico y la Amazonia, están citados a las urnas el 11M-2018, como único reducto de la democracia participativa que ha dejado la tradicional clase dirigente, para que expresen su descontento, votando por las opciones de cambio en cada uno de esos lugares.

Allí, quienes se encuentran en ese arco de la política del centro-izquierda -que no han tenido nada que ver con la corrupción- pueden hacer un acto de contrición y si realmente no están con quienes han ostentado el poder y quieren una transformación del país con justicia social, que lo ponga en el siglo XXI, es imprescindible que realicen alianzas o pactos transparentes que responda a la Colombia nacional y no a la Colombia política, para que llegue gente con la firmeza de hacer bien las cosas y a favor de todas las personas que aquí vivimos.

O cambiamos o nos sumergimos más en la miseria humana a la que siempre apuesta la clase política tradicional colombiana.