lunes, 29 de mayo de 2017

Gernika, memoria de reconciliación


A 80 años del lunes aciago del bombardeo, 26 de abril de 1937.

Por: Fernando Cruz Artunduaga – Universidad del Tolima
Aníbal Quiroga Tovar – Universidad de la Amazonia


Luis Iriondo

Las tropas del dictador Franco, después del bombardeo, silenciaron con la propaganda el hecho vergonzoso, que finalmente fue develado por la prensa libre. El corresponsal de guerra británico, Georg Steer informó al mundo que Gernika había sido atacada con bombas rompedoras e incendiarias por la Legión Cóndor y, que, cuando la gente huía del incendio producido en sus hogares, en medio del dolor y la desesperación, era ametrallada desde el aire por los pilotos italianos de la Legión. El acto de terror quiso ser justificado, por el régimen falangista, mintiendo que el pueblo había sido incendiado por los “rojos vascos”.

Los sobrevivientes del ataque aleve, tras años de silencio, narraron los hechos. Luis Iriondo de 94 años, camina por el sitio de la tragedia, mira el presente y vuelve a pasar por su corazón apretado, los momentos amargos. Entonces, sale la palabra certera que como una espada rompe de un tajo el silencio y pone a desfilar en la cadena sonora de su voz, las imágenes  dantescas del horrendo crimen.

La gente de Gernika reconoció la información oportuna que develó ante los ojos del mundo la tragedia que hacía sonar la alerta temprana contra la amenaza que pendía, como una espada de Damocles, sobre Europa y el resto de humanidad. Empezaban a doblar las campanas en un duelo por todos, que cerraría el ciclo de la guerra con otro bombardeo criminal: Hiroshima y Nagasaki.

La estatua de Georg Steer sobre una acera del pueblo es un texto que significa lo inefable. Adelante, la replica en cerámica del cuadro “El Guernica” de Picasso sobre un muro del pueblo parece gritar, !Nunca Más!

Georg Steer Jr.

En el cementerio, los muertos de Gernika siguen doliendo al mundo, porque no fue un ataque contra unos individuos con nombres y apellidos vascos, vecinos de un lugar, sino que fue un ataque contra la vida de la especie.

Gernika parece existir para alertar los peligros contra la vida: allí se premian los esfuerzos mundiales en favor de la paz y la reconciliación entre los seres humanos. Se abren espacios académicos para la reflexión. Las plazas y lugares públicos se acondicionaron para la conmemoración de los 80 años del bombardeo. Aparecen fotos del proceso de paz en Colombia en la plaza principal; se presentan obras de teatro sobre el hecho y las personas refugiadas quienes proceden de los Nuevos Gernikas. Se hace un performance con velas, como luces de esperanza que, sin embargo, son llamas al viento en estos días en que vuelven a doblar las campanas por todos, ante la posibilidad de un nuevo cataclismo nuclear.

La palabra circula articulada especialmente entre el castellano y el euskera de los montañeses vascos, entrecruzándose con otras lenguas visitantes. Se habla de la resistencia ante la muerte y se trata no de lamentar, sino de prevenir. Todos: visitantes y propios; periodistas y curiosos tienen tejidos de sentido para lo ocurrido allí y para conjurar los avances de la muerte.  Recuerdo no es venganza, esa diosa perversa solo sonríe sobre el cadáver. Lo que prevalece entre los sobrevivientes y sus descendientes es el significado de la afirmación de la vida y la comunicación que reconcilia.

También ascendientes de los perpetradores se han sumado al duelo por el dolor causado por sus familiares a las víctimas inocentes. No cometieron el crimen, pero asumen por razones del ejercicio de la libertad, la responsabilidad de la culpa y tratan de reparar y de repararse, por eso lo narran, no para justificarlo con la “banalidad del mal”, porque esto no minimiza la crueldad de los efectos, sino como una forma de autorreflexión de quienes se atreven a pensar el significado del crimen sobre el proyecto humano.

Las narrativas de los hechos y las del reencuentro son asumidas cada vez más por los “ilobak” (nietos y nietas) de quienes sobrevivieron, para que no se olvide y se proyecte en el presente de la memoria para liberar el futuro de las tentaciones criminales. Una forma de conjurar el olvido es la memoria. La memoria vitaliza la esperanza de una existencia pacífica.

María Oyanguren, Directora del Centro de Investigación por la Paz Gernika Gogoratuz, hace un certero juego de palabras para significar el recorrido de la historia en la experiencia vivida: Gernika evoca, convoca y provoca. Pensamiento, palabra y obra. Tres dimensiones inseparables. Después de la ofensa contra la vida, si hay arrepentimiento, es necesario que se asuma con toda franqueza la palabra y la acción de reparación. Esta fórmula puede abrir el sendero para que el futuro sea el encuentro respetuoso con la palabra amistosa y la fraternidad humana.

En Gernika, la población, sus espacios, sus caminos y los cuerpos de sus gentes, pese a haber tenido la mordaza del poder arbitrario, han asumido la actitud generosa de la construcción de un horizonte de reconciliación.

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